LA
INUTILIDAD DE LA MÚSICA
(a
modo de manifiesto)
Hace trescientos años, un jovenzuelo
cogía su borrico y un saco de partituras y partía muy lejos para poder aprender
con su maestro.
Desde su trabajo reclamaban su
vuelta, pero él la retrasó cuanto pudo, poniendo en peligro su puesto de
trabajo y su futuro en un mundo en el que los músicos aún debían ser siervos
fieles de sus señores.
Gracias, Johann Sebastian, por la
tozudez y la rebeldía.
Hace cien años, un muchacho insistía
a sus padres en que quería ser músico y, aunque intentaron disuadirlo y su
ceguera se imponía como una evidencia de imposibilidad para todos, él marchó a Valencia
y se convirtió en compositor contra todo y contra todos.
Gracias, Joaquín, por la indocilidad
y la obcecación.
Hace cuarenta años, unos niños
pedían acudir a clases de guitarra y sus padres, una pareja que hacía números
infinitos para cuadrar las cuentas decide, contra todo pronóstico, que ese
deseo de sus hijos sea una prioridad.
Gracias, papá y mamá, por esa falta
de sentido práctico y por el amor de la música.
Y hace poco más de un año, cuando en
una reunión de trabajo una compañera nos recordaba que era el 75 aniversario
del Concierto de Aranjuez, yo
respondí con ingenuidad: “pues habrá que hacer algo”, porque, como sabéis,
nuestro centro se llama Joaquín Rodrigo. Lo que no sabía entonces es que, con
esas cinco palabras, estaba poniendo en marcha el empecinamiento, la
contestación, la huida de la practicidad y el amor a la música.
Pues de eso es de lo que trata este
modesto proyecto que reunió a más de doscientos alumnos en un escenario a hacer
algo que no sirve para nada: una prodigiosa inutilidad que nos envuelve y nos
transporta donde nada ni nadie nos puede llevar. Y lo mejor, una música que
crearon ellos, a partir de la del maestro Rodrigo, pero música de los alumnos y
alumnas, tocada por ellos mismos en una jornada maravillosa. Y alrededor de la
música muchos más trabajos y mucha emoción que podéis descubrir si visitáis la
web del proyecto (https://vojosiyuyu.jimdo.com/).
Gracias a este trabajo y a la
implicación de toda la comunidad escolar hemos conseguido
mejorar los resultados académicos, hemos vuelto a ligar el centro a su barrio
como hacía tiempo que no ocurría, y hemos logrado una alegría nueva y el
orgullo de ser #joaquinrodriguistas.
Pero fijaos, ahora que no nos oye
nadie, quiero subrayar que, aunque no hubiera sido así, no importaría, porque
el placer mismo del momento fugaz en que la última nota del concierto se esfuma
habría merecido la pena.
Quiero reivindicar hoy desde este
foro el poder de lo inútil, la fuerza admirable que reúne en torno a sí toda la
energía de una comunidad escolar que, gracias a esa música que no sirve para
nada, vibra y vive.
Sirva ello como muestra de que
necesitamos más música en nuestras aulas, más enseñanzas artísticas en nuestro
sistema, más cosas inútiles que nos hagan mejores; que necesitamos más escuela
que formación, más saber que beneficio; en suma, más humanidad y emoción, más y
mejor educación pública.
Gracias a Mejora Tu Escuela Pública
por este premio y por el reconocimiento que representa. Y gracias también a la
Universidad Rey Juan Carlos por acogernos en su casa.
Gracias a todos los que hicieron
posible este proyecto: gracias al claustro del Joaquín Rodrigo (el que fue y el
que es), siempre entrega e ilusión; al personal no docente, colaboradores
necesarios; a Cecilia Rodrigo por su apoyo generoso e imprescindible; a mi
compañera Conchi, que se dejó embaucar como nadie; a Carlos y Paloma, mis
músicos, nuestros músicos; a Mili, a kind of magic; a Elvira, cómplice y parte;
a las familias, un pilar indispensable; a los antiguos trabajadores del centro,
a los antiguos alumnos, a las asociaciones de vecinos, a todos los que nos empujaron,
ayudaron, iluminaron, soportaron…; gracias especialísimas a Cristina, a Juanchu
y a Socorro, un equipo directivo sin el que esto no habría podido salir
adelante; y ante todo y sobre todo, gracias al alumnado del IES Joaquín Rodrigo,
que supo contagiarse de toda la tozudez y la rebeldía necesarias para llevar a
cabo un imposible.
Vale
José Carlos Pino Jiménez
Madrid, 17 de febrero de 2017
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